Como marxistas, no podemos dejar pasar políticamente el aniversario de la muerte de Lenin. A modo de homenaje y para alejarnos de todo recuerdo panegírico y, teniendo en cuenta que la cuestión nacional es, con diferencia, el problema político que actualmente amenaza más seriamente la estabilidad del Estado español nacido de la transición, creo sensato y adecuado centrar nuestro recuerdo interpelando el leninismo respecto a dicha cuestión.
Marx y
Engels no descuidaron la realidad de las naciones ni su importancia histórica
pero no expusieron una teoría explícita sobre la cuestión nacional. Incluyeron
el fenómeno nacional en el desarrollo social general, pero no la abordaron
nunca de manera global y no le concedieron un estatus teórico propio ni iniciaron
nunca una teorización de conjunto, lo que conllevará la falta, desde el
marxismo, de una definición histórico-sociológica de la nación. Ante estas
carencias, serán sus sucesores quienes procurarán insertar la cuestión nacional
en el cuerpo teórico del marxismo. Sin embargo, se arrastrará el lastre de la
ausencia de un marco conceptual y de principios marxista homogéneo para
explicar y asumir la cuestión.
La cuestión nacional en la praxis leninista
Lenin, por
tanto, será deudor de aquel tiempo. Vinculado estrechamente al marxismo
occidental y a las posiciones de Marx y Engels, no empezará a hacer
aportaciones destacadas hasta 1912. Antes de ese año los bolcheviques actuaran
con prudencia y un poco expectantes y distantes hacia la cuestión. Lenin
fundamentará sus análisis en la realidad del imperio ruso y el desarrollo del
capitalismo, centrándose sobre todo en la cuestión colonial más que en la
nacional en Europa. Considera como Marx que, en la Europa occidental, el
problema nacional ya había sido resuelto gracias al nivel alcanzado por la
revolución burguesa y el capitalismo. Considera la problemática nacional sobre
todo como un problema secundario, ajeno al socialismo y propio de la burguesía.
En esa época Lenin profesa un cierto jacobinismo, defendiendo la existencia de
grandes Estados plurinacionales y centralizados, rechazando el federalismo y la
autonomía, y mostrando recelos hacia los movimientos nacionales, sobre todo si
lo que hacen es poner en peligro ese objetivo. Para Lenin, el objetivo
principal es favorecer el desarrollo del capitalismo como etapa necesaria
previa al socialismo.
Será en
1912, al calor de los debates en la Internacional, cuando Lenin se acercará más
seriamente a la problemática nacional. Criticando las otras posiciones, que
estaban influyendo de manera importante en el desarrollo de la socialdemocracia
en Rusia, todavía vislumbrará en el socialismo del futuro la desaparición de
las naciones junto con la de las clases. Continuará considerando la
instrumentalización de la cuestión nacional en interés de la revolución, una
idea compartida con la mayoría de los marxistas contemporáneos. Sus estudios
sobre el imperialismo en el contexto de la Gran Guerra lo llevarán a la
profundización de su pensamiento hacia el problema nacional. La tendencia a
crear Estados nacionales puede ser esgrimida contra los imperios existentes, lo
que propicia el apoyo a los movimientos nacionales suficientemente fuertes para
el efecto. Diferencia claramente la tarea del proletariado de apoyar las luchas
contra la opresión nacional de la de rechazar la creación de nuevos Estados,
para evitar el peligro de ser arrastrado por el nacionalismo burgués. Sin
embargo, Lenin mantendrá una relación con la cuestión poco intensa comparada
con otros aspectos de la lucha política y bastante refractaria a las vertientes
más teóricas y generales, pero muy arraigada en lo concreto del día a día de la
revolución.
Siguiendo
la escuela de pensamiento dominante en el marxismo de su época, y dadas las
condiciones de las relaciones políticas, económicas y sociales de la mayor
parte de la Europa de entonces, la cuestión nacional no podía convertirse en
parte de la estrategia de la revolución proletaria. Estratégicamente, el
problema nacional sólo interesaba a la revolución burguesa y al desarrollo del
capitalismo, con lo cual su solución entraba dentro del campo de la revolución
democrático-burguesa, haciéndola depender del grado de desarrollo del
capitalismo. Lenin abonará el contenido democrático del hecho nacional: “Ningún
privilegio para ninguna nación, ningún privilegio para ningún idioma”. La
democracia es el programa mínimo del proletariado. En esta época, como Marx ya
había defendido, era necesario este desarrollo global del capitalismo para
ayudar al crecimiento del proletariado y de las condiciones objetivas para la
revolución, acabando con los vestigios del feudalismo y del antiguo régimen.
Por lo
tanto, el interés para el proletariado era dado por el interés táctico en su
lucha revolucionaria. Alcanzaba así un valor táctico como elemento auxiliar de
la revolución. Si Lenin defendió la independencia de Polonia, Finlandia, los
Estados bálticos, Ucrania... fue para debilitar la intervención de las
potencias burguesas en la guerra civil posterior al triunfo de la revolución y
aun alejarlos de las filas contrarrevolucionarias. Lenin destaca de cada evento
su aspecto político y parte del principio de la supeditación de lo particular a
lo general. Por ello el derecho a la autodeterminación será siempre el derecho
a la separación política, siempre como respuesta a las necesidades del proceso
revolucionario mundial y pensando en el interés del proletariado. Es un derecho
burgués que se corresponde con la fase de fortalecimiento de la democracia y
del sistema capitalista mundial y, por tanto, un derecho a la separación que
debe ejercerse pero que implica poder hacer campaña en contra en función los
intereses antes mencionados. Es un derecho, no una obligación. Lenin piensa
siempre en clave de revolución proletaria mundial, al menos mientras la
revolución internacional parece aún factible, con la incorporación de Alemania
como país capitalista desarrollado pudiendo socorrer a la Rusia soviética.
Precisamente
en 1921, ante el fracaso de la extensión internacional de la revolución, las
nuevas necesidades reales empujan a hacer frente al aislamiento y a la
supervivencia del socialismo sólo en Rusia. La estructuración nacional del
nuevo Estado deberá adoptar figuras poco antes rechazadas, como la constitución
federal y la definición de autonomías para lograr una aceptable unión de las
diferentes repúblicas que lucharon juntas en la guerra civil y contra la
intervención. Lenin incluso se esforzará por establecer controles al
nacionalismo ruso, presente tanto en el partido bolchevique como entre la
mayoría de cuadros del nuevo Estado soviético. Los problemas de la revolución
socialista, en una Rusia atrasada, con movimientos nacionales débiles, aislada
y sin el apoyo de la revolución en Europa, condicionarán la aplicación práctica
de la política nacional del partido bolchevique. Faltará precisar la
identificación de la estructura de poder soviético desde el punto de vista
nacional, pues son patentes la existencia de marcadas diferencias entre el
pueblo ruso y el resto de naciones soviéticas y la dificultad para mantener la
unidad y centralización del Partido en un ámbito territorial plurinacional muy
diversificado. Faltará también una explicación profunda de las razones del
predominio de unas condiciones que favorecieran el elemento ruso como elemento
hegemónico en todo el proceso revolucionario e incluso la manera de resolverlo.
El legado de Lenin
Lenin
reconocía como leyes las dos tendencias históricas que el capitalismo en
desarrollo tenía en la cuestión nacional: el nacimiento y afianzamiento de las
naciones y la lucha contra la opresión nacional, por un lado, y la tendencia al
hundimiento de fronteras por la internacionalización del capital, de la ciencia,
de la política y de la vida económica, del otro. Defendía que la primera
tendencia se daba en la fase ascendente del capitalismo y la segunda en su fase
madura. Estas tendencias las hacía suyas y las insertaba en el marxismo. Pero
estas dos tendencias han demostrado que no son sucesivas en el tiempo sino que,
realmente, se comportan como una contradicción dialéctica que forma parte del
eje central del desarrollo de la humanidad.
La
conciencia de estas tendencias, presente también en Marx, dará algunas de las
premisas más favorables a los procesos de liberación que desde el marxismo se
han podido presentar. Estas son unas cuantas que hay que recordar: La
inevitabilidad del principio de nacionalidad; la unilateralidad de la decisión
de la separación en la nación que quiere liberarse; el apoyo a los movimientos
nacionales de masas, sobre todo en lo que tienen de progresivo; la
consideración de estos movimientos como respuesta legítima del pueblo oprimido
a su sometimiento y la relación diferente en que se ve afectada cada clase;
hacer frente siempre en primer lugar al nacionalismo de la nación opresora,
reconociendo que hay dos tipos de nacionalismo que deben recibir un tratamiento
diferenciado, lo que conlleva una educación del proletariado según la nación sea
opresora u oprimida; la incompatibilidad del socialismo y de la democracia con
la opresión nacional; la denuncia del nacionalismo de los que detentan el poder
del Estado y del monopolio del poder de unos pueblos sobre otros; la aplicación
de las normas más severas en la defensa del uso de los idiomas nacionales para hacer
retroceder la influencia forzada de lengua de la nación opresora, extendiendo
la desigualdad positiva para compensar a la nación oprimida; la necesidad de
forjar el programa nacional marxista por una acción revolucionaria de alcance
mundial; un dinamismo en el manejo de los principios ideológicos y en la
actividad política que permite vincularlos con la realidad concreta; el
condicionamiento de la solución del problema nacional al éxito de la revolución
socialista.
Como el
mismo Lenin decía a menudo, no se tenía que enfrentar la letra del marxismo con
el espíritu del marxismo. Los hechos históricos son tozudos y sus avatares
siempre terminan poniendo la cuestión nacional en el centro de las luchas
sociales y políticas. También en el seno de los Estados nacionalmente
homogéneos, pues los intereses y los rasgos nacionales son diferentes según la
clase. Debemos pasar, pues, de la conciencia de las tendencias a la conciencia
de la dialéctica entre ellas, para captar y comprender la persistencia del
conflicto nacional a lo largo del tiempo.
El marxismo
todavía tiene pendiente fusionar en un solo cuerpo teórico, la cuestión
nacional con el proceso revolucionario de liberación de la humanidad. Sin
embargo, el marxismo contiene la capacidad para resolverlo pues dispone de los
mejores elementos para ello. Para empezar, propondría la aplicación del
materialismo dialéctico al estudio histórico de la conformación de la nación en
el proceso del desarrollo de la humanidad para, así, poder explicar su vinculación
histórica y material con la lucha de clases.
J.Comra
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