miércoles, 22 de enero de 2014

La cuestión nacional en Lenin a los 90 años de su muerte


Como marxistas, no podemos dejar pasar políticamente el aniversario de la muerte de Lenin. A modo de homenaje y para alejarnos de todo recuerdo panegírico y, teniendo en cuenta que la cuestión nacional es, con diferencia, el problema político que actualmente amenaza más seriamente la estabilidad del Estado español nacido de la transición, creo sensato y adecuado centrar nuestro recuerdo interpelando el leninismo respecto a dicha cuestión.
Marx y Engels no descuidaron la realidad de las naciones ni su importancia histórica pero no expusieron una teoría explícita sobre la cuestión nacional. Incluyeron el fenómeno nacional en el desarrollo social general, pero no la abordaron nunca de manera global y no le concedieron un estatus teórico propio ni iniciaron nunca una teorización de conjunto, lo que conllevará la falta, desde el marxismo, de una definición histórico-sociológica de la nación. Ante estas carencias, serán sus sucesores quienes procurarán insertar la cuestión nacional en el cuerpo teórico del marxismo. Sin embargo, se arrastrará el lastre de la ausencia de un marco conceptual y de principios marxista homogéneo para explicar y asumir la cuestión.
La cuestión nacional en la praxis leninista
Lenin, por tanto, será deudor de aquel tiempo. Vinculado estrechamente al marxismo occidental y a las posiciones de Marx y Engels, no empezará a hacer aportaciones destacadas hasta 1912. Antes de ese año los bolcheviques actuaran con prudencia y un poco expectantes y distantes hacia la cuestión. Lenin fundamentará sus análisis en la realidad del imperio ruso y el desarrollo del capitalismo, centrándose sobre todo en la cuestión colonial más que en la nacional en Europa. Considera como Marx que, en la Europa occidental, el problema nacional ya había sido resuelto gracias al nivel alcanzado por la revolución burguesa y el capitalismo. Considera la problemática nacional sobre todo como un problema secundario, ajeno al socialismo y propio de la burguesía. En esa época Lenin profesa un cierto jacobinismo, defendiendo la existencia de grandes Estados plurinacionales y centralizados, rechazando el federalismo y la autonomía, y mostrando recelos hacia los movimientos nacionales, sobre todo si lo que hacen es poner en peligro ese objetivo. Para Lenin, el objetivo principal es favorecer el desarrollo del capitalismo como etapa necesaria previa al socialismo.
Será en 1912, al calor de los debates en la Internacional, cuando Lenin se acercará más seriamente a la problemática nacional. Criticando las otras posiciones, que estaban influyendo de manera importante en el desarrollo de la socialdemocracia en Rusia, todavía vislumbrará en el socialismo del futuro la desaparición de las naciones junto con la de las clases. Continuará considerando la instrumentalización de la cuestión nacional en interés de la revolución, una idea compartida con la mayoría de los marxistas contemporáneos. Sus estudios sobre el imperialismo en el contexto de la Gran Guerra lo llevarán a la profundización de su pensamiento hacia el problema nacional. La tendencia a crear Estados nacionales puede ser esgrimida contra los imperios existentes, lo que propicia el apoyo a los movimientos nacionales suficientemente fuertes para el efecto. Diferencia claramente la tarea del proletariado de apoyar las luchas contra la opresión nacional de la de rechazar la creación de nuevos Estados, para evitar el peligro de ser arrastrado por el nacionalismo burgués. Sin embargo, Lenin mantendrá una relación con la cuestión poco intensa comparada con otros aspectos de la lucha política y bastante refractaria a las vertientes más teóricas y generales, pero muy arraigada en lo concreto del día a día de la revolución.
Siguiendo la escuela de pensamiento dominante en el marxismo de su época, y dadas las condiciones de las relaciones políticas, económicas y sociales de la mayor parte de la Europa de entonces, la cuestión nacional no podía convertirse en parte de la estrategia de la revolución proletaria. Estratégicamente, el problema nacional sólo interesaba a la revolución burguesa y al desarrollo del capitalismo, con lo cual su solución entraba dentro del campo de la revolución democrático-burguesa, haciéndola depender del grado de desarrollo del capitalismo. Lenin abonará el contenido democrático del hecho nacional: “Ningún privilegio para ninguna nación, ningún privilegio para ningún idioma”. La democracia es el programa mínimo del proletariado. En esta época, como Marx ya había defendido, era necesario este desarrollo global del capitalismo para ayudar al crecimiento del proletariado y de las condiciones objetivas para la revolución, acabando con los vestigios del feudalismo y del antiguo régimen.
Por lo tanto, el interés para el proletariado era dado por el interés táctico en su lucha revolucionaria. Alcanzaba así un valor táctico como elemento auxiliar de la revolución. Si Lenin defendió la independencia de Polonia, Finlandia, los Estados bálticos, Ucrania... fue para debilitar la intervención de las potencias burguesas en la guerra civil posterior al triunfo de la revolución y aun alejarlos de las filas contrarrevolucionarias. Lenin destaca de cada evento su aspecto político y parte del principio de la supeditación de lo particular a lo general. Por ello el derecho a la autodeterminación será siempre el derecho a la separación política, siempre como respuesta a las necesidades del proceso revolucionario mundial y pensando en el interés del proletariado. Es un derecho burgués que se corresponde con la fase de fortalecimiento de la democracia y del sistema capitalista mundial y, por tanto, un derecho a la separación que debe ejercerse pero que implica poder hacer campaña en contra en función los intereses antes mencionados. Es un derecho, no una obligación. Lenin piensa siempre en clave de revolución proletaria mundial, al menos mientras la revolución internacional parece aún factible, con la incorporación de Alemania como país capitalista desarrollado pudiendo socorrer a la Rusia soviética.
Precisamente en 1921, ante el fracaso de la extensión internacional de la revolución, las nuevas necesidades reales empujan a hacer frente al aislamiento y a la supervivencia del socialismo sólo en Rusia. La estructuración nacional del nuevo Estado deberá adoptar figuras poco antes rechazadas, como la constitución federal y la definición de autonomías para lograr una aceptable unión de las diferentes repúblicas que lucharon juntas en la guerra civil y contra la intervención. Lenin incluso se esforzará por establecer controles al nacionalismo ruso, presente tanto en el partido bolchevique como entre la mayoría de cuadros del nuevo Estado soviético. Los problemas de la revolución socialista, en una Rusia atrasada, con movimientos nacionales débiles, aislada y sin el apoyo de la revolución en Europa, condicionarán la aplicación práctica de la política nacional del partido bolchevique. Faltará precisar la identificación de la estructura de poder soviético desde el punto de vista nacional, pues son patentes la existencia de marcadas diferencias entre el pueblo ruso y el resto de naciones soviéticas y la dificultad para mantener la unidad y centralización del Partido en un ámbito territorial plurinacional muy diversificado. Faltará también una explicación profunda de las razones del predominio de unas condiciones que favorecieran el elemento ruso como elemento hegemónico en todo el proceso revolucionario e incluso la manera de resolverlo.
El legado de Lenin
Lenin reconocía como leyes las dos tendencias históricas que el capitalismo en desarrollo tenía en la cuestión nacional: el nacimiento y afianzamiento de las naciones y la lucha contra la opresión nacional, por un lado, y la tendencia al hundimiento de fronteras por la internacionalización del capital, de la ciencia, de la política y de la vida económica, del otro. Defendía que la primera tendencia se daba en la fase ascendente del capitalismo y la segunda en su fase madura. Estas tendencias las hacía suyas y las insertaba en el marxismo. Pero estas dos tendencias han demostrado que no son sucesivas en el tiempo sino que, realmente, se comportan como una contradicción dialéctica que forma parte del eje central del desarrollo de la humanidad.
La conciencia de estas tendencias, presente también en Marx, dará algunas de las premisas más favorables a los procesos de liberación que desde el marxismo se han podido presentar. Estas son unas cuantas que hay que recordar: La inevitabilidad del principio de nacionalidad; la unilateralidad de la decisión de la separación en la nación que quiere liberarse; el apoyo a los movimientos nacionales de masas, sobre todo en lo que tienen de progresivo; la consideración de estos movimientos como respuesta legítima del pueblo oprimido a su sometimiento y la relación diferente en que se ve afectada cada clase; hacer frente siempre en primer lugar al nacionalismo de la nación opresora, reconociendo que hay dos tipos de nacionalismo que deben recibir un tratamiento diferenciado, lo que conlleva una educación del proletariado según la nación sea opresora u oprimida; la incompatibilidad del socialismo y de la democracia con la opresión nacional; la denuncia del nacionalismo de los que detentan el poder del Estado y del monopolio del poder de unos pueblos sobre otros; la aplicación de las normas más severas en la defensa del uso de los idiomas nacionales para hacer retroceder la influencia forzada de lengua de la nación opresora, extendiendo la desigualdad positiva para compensar a la nación oprimida; la necesidad de forjar el programa nacional marxista por una acción revolucionaria de alcance mundial; un dinamismo en el manejo de los principios ideológicos y en la actividad política que permite vincularlos con la realidad concreta; el condicionamiento de la solución del problema nacional al éxito de la revolución socialista.
Como el mismo Lenin decía a menudo, no se tenía que enfrentar la letra del marxismo con el espíritu del marxismo. Los hechos históricos son tozudos y sus avatares siempre terminan poniendo la cuestión nacional en el centro de las luchas sociales y políticas. También en el seno de los Estados nacionalmente homogéneos, pues los intereses y los rasgos nacionales son diferentes según la clase. Debemos pasar, pues, de la conciencia de las tendencias a la conciencia de la dialéctica entre ellas, para captar y comprender la persistencia del conflicto nacional a lo largo del tiempo.
El marxismo todavía tiene pendiente fusionar en un solo cuerpo teórico, la cuestión nacional con el proceso revolucionario de liberación de la humanidad. Sin embargo, el marxismo contiene la capacidad para resolverlo pues dispone de los mejores elementos para ello. Para empezar, propondría la aplicación del materialismo dialéctico al estudio histórico de la conformación de la nación en el proceso del desarrollo de la humanidad para, así, poder explicar su vinculación histórica y material con la lucha de clases.

J.Comra

Poema a Lenin

1

Al morir Lenin,
un soldado de la guardia, según se cuenta,
dijo a sus camaradas: Yo no quería
creerlo. Fui donde él estaba
y le grité al oído: “Ilich,
ahí vienen los explotadores. No se movió.
Ahora estoy seguro que ha muerto.

2
 Si un hombre bueno quiere irse,
¿con que se le puede detener?
Dile para qué es útil.
Eso lo puede detener.

3
 ¿Qué podía detener a Lenin?

4
 El soldado pensó:
Si oye que los explotadores vienen,
puede que estando solo enfermo se levante.
Quizás venga con muletas.
Quizás haga que lo traigan
pero se levantará y vendrá
para luchar contra los explotadores.

5
 El soldado sabía que Lenin
había peleado toda su vida
contra los explotadores.

6
 Cuando terminaron de tomar por asalto
el Palacio de Invierno, el soldado
quiso regresar a su hogar, porque allí
se habían repartido ya las tierras de los propietarios.
Entonces Lenin le dijo: Quédate.
Todavía hay explotadores.
Y mientras haya explotación
hay que luchar contra ella.
Mientras tú existas,
tienes que luchar contra ella.

7
 Los débiles no luchan. Los más fuertes
quizás luchen una hora.
Los que aún son más fuertes, luchan unos años. Pero
los más fuertes de todos, luchan toda su vida, Estos
son los indispensables.

Bertolt Brecht